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Mostrando las entradas de septiembre, 2021

Tiene la noche un árbol- Guadalupe Dueñas

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  Tiene la noche un árbol con frutos de ámbar... José Gorostiza Frente a la casa de la señorita Silvia los ojos del pequeño Abel, inseparables de la ventana, persiguen al desconocido que espera bajo la lluvia. Los pasos del extraño van y vienen de la nada a la nada, lentos, desgarbados, sumisos. A veces se detienen, a veces dudan, a veces caen. Su arritmia trastorna a los vecinos: sienten los pasos sobre el corazón. Desde que apareció, los cinco días ha estado al borde de la casa, con la misma chaqueta roja, con el mismo pantalón ceñido y los mismos zapatos de bailarín. Las mujeres le espían los ojos, demudados, de azufre, la boca inflexible, los ademanes vacíos. También Abel miró la oscilación de antorcha del hombre, vio cómo sus brazos en alto casi tocaron la luna, la luna que vagaba en el cuarto de Silvia. Silvia, escuálida figura envuelta en una ráfaga, dijo con sus manos desnudas algo como un adiós. —Lo imaginaste. No. La señorita Silvia… —      Sí, le hizo...

Friendzone - Mario Galván Reyes

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Liany y Rubén competían por ver quién pestañeaba primero en el jardín de un supermercado. Ante el primer indicio de risa, Rubén intentó darle un beso a Liany, pero ella se resistió. Entonces la estrujó. Las hormonas agitadas en el cuerpo precoz de Liany inquietaban a Rubén, quien desde hace tiempo comenzaba a verla como más que a una amiga. Rubén era particularmente bueno (en casi todo lo demás era mediocre, como muchos adolescentes con privilegios de clase) en la imitación de sonidos animales. Entre su amplio repertorio, el que mejor interpretaba era el bramido de buey. Eso hacía reír a Liany hasta la carcajada, motivo por el que disfrutaba de su compañía. Además, presumía una notable resistencia a los golpes debido a su amplia masa muscular oculta bajo unos kilitos de grasa, lo que para Liany era un delicioso costal donde podía descargar esa fuerza incontenible que salía de su espigada figura. Rubén lo aguantaba, pues fantaseaba con la posibilidad de comprobar los rumores de los ex...

Cuando quise mostrarte los árboles - Joaquín Filio

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Hemos puesto doble cerrojo a la puerta para que te sientas segura y tranquila, paredes adentro, ahora que la luz deambula como un gato y viene a jugar contigo. Luz y sombra. Agua, fuego. Invitamos a todos tus personajes a la graduación del preescolar, en medio de las fauces de la ciudad sonámbula, a la que tu sonrisa absoluta traduce para nuestro miedo de padres primerizos. Aquí están Bugs Bunny, el alce calvo y los otros peluches de las series televisivas que por tus años breves no alcanzaste a divisar y que nos hacen el favor del quorum en la sala adquirida con el paso del tiempo. Tu madre echa los últimos esfuerzos de la sala la sopa instantánea mientras hace bailar sus pies descalzos, fríos por la loza del suelo y la temperatura que ha bajado de una tundra que no tiene sentido. Y yo leo un periódico viejo, por nostalgia, en homenaje a tu abuelo, un hombre que dejó su corazón marchito en la sala de nebulizadores. ¿Cómo se hace un barquito de papel? Los expertos mencionan que con cua...

Onda Machines- Verónica Rodríguez

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    En el asiento del camión, antes de partir, Leyó la carta por última vez. Malditas palabras. Bastaba ordenarlas por hileras para destruir una vida. Matar por escrito era como matar por la espalda. No podía uno ver de frente a su enemigo, Reprocharle que fuera tan maricón. Rompió en pedazos el arma homicida y cuando el autobús arrancó los tiró por la ventana. Ella dispararía con la Remington de ahí en adelante. De algo tenía que servirle su buena ortografía, su depurado léxico, su destreza en el manejo de las malditas palabras. Enrique Serna Eufemia   Machines en el poder Cuídate de los hombres de ojos rojos porque son mariguanos y los que se drogan con la verde hablan solos y se aprovechan de las mujeres, decía mi abuelita. Ahora sé que hablar solo es de personas inteligentes y que las mujeres más hermosas tienen la mirada enrojecida. Eso dice un poema de un amigo escritor que sólo se enamora de motorolas.           ...

Salón Rojo - Arnaldo Ávila

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Sergio García apareció entre luces multicolores que ambientaron de carnaval el Salón Rojo, miró los guiños rímel de la Ramona y contestó vacilador los besos que le enviarpn algunas mujeres del rincón caliente. En el salón, los destellos revelaron seres comprometidos en ritmos seductores, mágicos. Sergio pasó galán entre caderas acompasadas por bongoes, trompetas y pasitos chéveres, centró la vista en el lugar que años atras ocupara Nereida González y celebró las nostalgias con algunos movimientos contagiados de danzón. García tomó por la cintura a la Ramona y sobrevinieron los roces sensuales. Sergio, en ese momento, marcó su territorio con desplantes de bailarín. La Ramona, cuerpecito de mariposa prieta y vestido entubado, comprendió el lenguaje que le impuso su compañero, así como lo entendieron los hombres del salón rojo. García prendió el cigarro, ajustó la chamarra en el talle y caminó ya sobrio algunas esquinas. El encuentro con la Ramona le pareció similar a otros encuentros en ...

La del corazón de la montaña y El final de la vida- Dos cuentos de Ana Patricia Martínez Huchim

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  La del corazón de la montaña El sufrimiento del chicle lo revives una y otra vez en tus  recuerdos. Lo palpas en las cicatrices que pueblan tu cuerpo y en cada suspiro que con gran esfuerzo inhalas.   -¿Dón-de es-toy a-sí... en la mon-ta-ña o en mi pue-blo? Pozo público donde cualquiera podía jalar agua, era la opinión en torno a las "dejadas" en el pueblo de xTuux . Una tarde, un tambaleante borracho, pegándose a la choza de la cocinera, bajó el cierre de su pantalón y entre el bajareque empujó su "tsuutsuy" . La señora tomó el cubo sobre la candela y arrojó agua hirviendo sobre el "inocente" pajarito. Otro cubetazo, pero ahora de agua fría, mientras se revolcaba de dolor, paró en seco al osado. Con el afilado machete sobre la bragueta oyó la sentencia que le quitó el resto de la borrachera: -¡Jeta'an mejen , la próxima vez cuelgo tu "regalo" en mi mata de zapote para que picoteen los pájaros! -¿Qué... fue de... xTs'a...

Calle de arena- Carlos Martín Briceño

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Evitaba intimar con los clientes, por eso prefirió contestar con monosílabos al viejo calvo que se empeñaba en hacerle plática mientras conducía con lentitud por la autopista de cuatro carriles. Había dudado en aceptar cuando, minutos antes, él detuvo el auto y le hizo señas para que se acercara. Finalmente se arrimó resignada hasta la puerta: iban a dar las tres de la mañana, comenzaba a lloviznar y se sentía muy débil como para esperar un taxi que la llevara a la ciudad.             Sádico, de seguro, pensó al observar la forma en que el tipo arqueaba las cejas canosas cuando le miraba las piernas. Tres años en el negocio le habían dado cierta experiencia para distinguirlos, para adivinarles en los gestos la maldad disimulada.             — ¿Puedo? —dijo ella, mientras alargaba la mano hacia una cajetilla de cigarros sobre el tablero del auto.      ...