Tiene la noche un árbol- Guadalupe Dueñas
Tiene la noche un árbol con frutos de ámbar... José Gorostiza Frente a la casa de la señorita Silvia los ojos del pequeño Abel, inseparables de la ventana, persiguen al desconocido que espera bajo la lluvia. Los pasos del extraño van y vienen de la nada a la nada, lentos, desgarbados, sumisos. A veces se detienen, a veces dudan, a veces caen. Su arritmia trastorna a los vecinos: sienten los pasos sobre el corazón. Desde que apareció, los cinco días ha estado al borde de la casa, con la misma chaqueta roja, con el mismo pantalón ceñido y los mismos zapatos de bailarín. Las mujeres le espían los ojos, demudados, de azufre, la boca inflexible, los ademanes vacíos. También Abel miró la oscilación de antorcha del hombre, vio cómo sus brazos en alto casi tocaron la luna, la luna que vagaba en el cuarto de Silvia. Silvia, escuálida figura envuelta en una ráfaga, dijo con sus manos desnudas algo como un adiós. —Lo imaginaste. No. La señorita Silvia… — Sí, le hizo...