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El polvo azul- José Emilio Pacheco

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  El hombre se incorporó del piso que había estado observando: —Las deyecciones son recientes. Aquí vive una familia. El campo de acción de los ratones nunca es mayor de cuatro o cinco metros. No se aventuran fuera de sus dominios.   —Entonces los otros cuartos también están invadidos. —Allí medran ratones que no han pisado nunca este suelo… Hizo bien en llamarnos antes de que los estragos fueran irreparables. Como usted sabe los ratones se propagan con una rapidez increíble. Muchas veces las hembras de veinte días de nacidas ya están cargadas cuando salen por vez primera del nido. —Y su producto… —Nuestra fórmula asegura el exterminio inmediato. Esparciré este polvo en la entrada de los agujeros y por los caminos que recorren sus habitantes. El ratón es un animalito muy pulcro: gasta la mayor parte de su tiempo limpiándose. Cuando el polvo se disuelve en la saliva comienza a licuarse la sangre. Usted no verá cadáveres en la superficie: al sentir el malestar, que consiste en

Mariana constrictor-Guillermo Fadanelli

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          Mariana mudó de carácter un jueves a las cuatro de la tarde, una hora, por cierto, en que casi nadie se halla dispuesto a hacer nada. Si las razones de su muda fueran conocidas se resolverían varios enigmas científicos y filosóficos. Quiero decir que el esfuerzo empeñado en conocer el maldito origen de su temperamento bastaría para encontrar remedio a las leyes de la termodinámica. No existe manera de saber por qué su semblante pausado y sabio se transformó de pronto en un temperamento amargo como el té de alcachofa, un humor agresivo a juzgar por los puntapiés que me da en los tobillos cuando se encabrona y quiere morirse. Mudó de piel como lo haría una boa constrictor. Y no por ello voy a cometer el desaguisado de llamarla «la Boa Mariana», ni nada parecido, nada de «la pinche víbora que patea los tobillos» o «la zorra que se arrastra como víbora»; no voy a decir cosas así, aunque no dejo de pensar que se trata de una buena comparación, no demasiado sofisticada ni imaginati

Trabajos de oficina-Julio Cortázar

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  Mi fiel secretaria es de las que toman su función al-pie-de-la-letra, y ya se sabe que eso significa pasarse al otro lado, invadir territorios, meter los cinco dedos en el vaso de leche para sacar un pobre pelito. Mi fiel secretaria se ocupa o querría ocuparse de todo en mi oficina. Nos pasamos el día librando una cordial batalla de jurisdicciones, un sonriente intercambio de minas y contraminas, de salidas y retiradas, de prisiones y rescates. Pero ella tiene tiempo para todo, no sólo busca adueñarse de la oficina, sino que cumple escrupulosa sus funciones. Las palabras, por ejemplo, no hay día en que no las lustre, las cepille, las ponga en su justo estante, las prepare y acicale para sus obligaciones cotidianas. Si se me viene a la boca un adjetivo prescindible —porque todos ellos nacen fuera de la órbita de mi secretaria, y en cierto modo de mí mismo—, ya está ella lápiz en mano atrapándolo y matándolo sin darle tiempo a soldarse al resto de la frase y sobrevivir por descuido o

Concéntricos-Roberto Azcorra Cámara

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  Lo vi tendido en su camastro de hospital. La cabeza afeitada, zurcida y oliendo a éter y alcohol. Muy pocas partes del cráneo conservaban el pelo blanco. Ligeramente desteñida, la bata verde exhibía fantasmas de fluidos anteriores. Los pómulos pronunciados, las ojeras oscuras, la piel trasluciendo el paso del suero; un cristo sin cruz en el neuropsiquiátrico. Era mi abuelo, internado seis meses atrás sin pronósticos alentadores.             El calor de mayo condensaba la humedad en el cristal de la ventana, ocultándonos del exterior. El aire acondicionado no era el óptimo. El bochorno, guardado, entre drogas, frascos y sábanas otrora blancas, comenzaba a cubrir la diminuta habitación. Pareció llegar la noche con la brisa ardiente de la calle; de improviso, espesa, arrastrándose sobre los ladrillos sucios del hospital y sus corredores sin eco.             Ya no quise salir con toda esa negrura allá afuera. El silencio calló los rumores nocturnos. Por el ventanal apenas se dejaban ver

Ese pájaro extraño-Elvira Aguilar

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  Carmen dejó ocho palabras escritas: la vida siempre me pareció un pájaro extraño. Aquella noche la pasé en su casa porque, como otras, estaba mal, tenía miedo. —Ven, Flaquito, que el pájaro negro revolotea en mi cerebro y me quiere devorar los ojos. Cuando llegué, la encontré recostada sobre la pequeña alfombra de la sala. Vestía ropa interior, había bebido, tenía la cara hinchada de llorar, sus labios estaban encendidos. La levanté y la llevé a su recámara. Después quiso bañarse, comento que se estaba incendiando. La metí en la tina con agua fría y comencé a tallarla. Lloraba y me pedía que la abrazara, decía que ya no quería sentir el revoloteo de ese pájaro adentro de su cabeza, que le estaba comiendo todo, que no le quedaban ideas ni voluntad. No sabíamos entonces, pero estaba viviendo, sus últimos momentos. Tengo muchas imágenes de Carmen en el álbum de mi memoria. La recuerdo en el kínder con sus vestiditos ampones en colores pastel. La vuelvo a ver en la secundaria con

Habitante de tu reino-Carlos Vadillo Buenfil

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  Fue así como apareciste en el campamento armando en un claro de la selva, atraído por el de los puercos y los pavos de monte que ardían en la leña. La visión de tu pálida presencia, tu sotana convertida en jirones, tus pies rasgados por los cardos y abrojos, tu piel untada del lodo de los pantanos, causaron azoro y espanto entre los chicleros, como un íncubo surgido de las espesuras de la jungla, hasta que uno de ellos se te acercó y a los resplandores del fuego preguntó por tu perseguido, otros insinuaron que eras prófugo de la justicia, nada revelaste, cómo hablarles de Ella, con que palabras describir los oleajes y cataclismos fraguados dentro de su cuerpo, sólo tu voz cortada imploró quedarse, ayudarlos en sus faenas, debajo de un cobertizo te tendieron una hamaca y una manta. Las guitarras quiebran y dispersan zumbidos de moscos y grillos, quejidos de sapos. Siempre rechazaste unirte a los jolgorios, lavabas las ollas, los platos, y sin despedirte te refugiabas en tu choza, nadi

Ajtsikbal/El cuentero-Sol Ceh Moo

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Ajtsikbal Tak bejlaꞋ kin kꞋaꞋajsik bey wa j-úuch joꞋoljeakeꞋ, juntúul nool kulukbal kaꞋalikil baꞋapachtaꞋan tumeen u mejen yáabiloꞋob, ku bin u yoxoꞋontik mejen ixiꞋimoꞋob tiꞋ u kuxtalil yéetel tꞋaanoꞋob. JumpꞋéel áakꞋab ku bin u síijil utiꞋal u jeꞋik joolnaj tiꞋ jumpꞋéel túumben kꞋiin tuꞋux ku taal xíimbaltmil máak tumeen pixanoꞋob. U juumil maꞋasoꞋob yéetel u kꞋaay chꞋíichꞋoꞋob ku bin u yaꞋabtaloꞋob kaꞋalikil táan u tsꞋáaikoꞋob jumpꞋéel uꞋuyaj bey sajkil wa kꞋaas éekꞋjochꞋeꞋenil. Le chꞋijaꞋan máakeꞋ yaan u niꞋ jach yuuchꞋul yéetel u chiꞋ minaꞋan mixjumpꞋéel u koj, chéen ku sáasilkuuntaꞋal tumeen jumpꞋéel sáasil lechaꞋan tiꞋ junkúul cheꞋ yaan táankabil tuꞋux jeꞋan joolnaj. Ichil le najiloꞋ, tak bejlaꞋ minaꞋan corienteeꞋ, ComisioneꞋ, tu luꞋusaj tioꞋob tu jatskabil kꞋiineꞋ, tumeen maꞋ tu boꞋotoꞋobiꞋ. LeloꞋ jumpꞋéel baꞋal kꞋaasil ku bin u yúuchul ichil le baatsiloꞋob jéenbaꞋax kꞋiinileꞋ, tumeen yaan u jetsꞋik wa ku boꞋotik sáasil wa ku maankoꞋob baꞋal utiꞋal jaantbil. XMartinaeꞋ, jumpuli