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Mostrando las entradas de mayo, 2022

Las formas irregulares del W.C. - Daniel Sibaja

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  Entonces sentí que tenía que escoger entre mis dos naturalezas. Estas tenían en común la memoria pero compartían en distinta medida el resto de mis facultades.   La confesión de Henry Jekyll, Robert Louis Stevenson Cada quien recuerda exactamente la puerta de su propio baño. Esta es la mía. Al principio yo era el ser más ingenuo de la casa, mis hermanos se pasaban horas frente a la televisión, papá estaba ausente, de viaje, como de costumbre, y el perro se escondía adentro de una cubeta de pintura. Ingenuo y frágil, así alguien lo quiso: la marioneta de ese show en una posición vulnerable. Fue a principios de los dos mil, dos mil cuatro, o tres. No importó la cifra.   Todos los días, en cualquier esquina y sobre la losa de baño, las huellas de mi infancia desaparecieron al igual que los cabellos al fondo del desagüe. A la hora exacta en la que mamá salía del trabajo y recorría el camino de vuelta, las manos de Rosita hacían una limpieza obsesiva en mí. Alrededor de l...

Sumas y Jabones-Meryvid Pérez

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  Doña Jacinta sabe hacer muchas cosas: corta leña, arranca hierba mala, arma compostas y mata cerdos. Ellos intentan defenderse, pero doña Jacinta les amarra las patas y clava un punzón en sus pechos. Todo ocurre tan rápido que de un momento a otro los chillidos se transforman en silencio. Nos mudamos a este pueblo por el trabajo de mamá. Ella, junto con otros maestros, enseña a los niños a sumar y leer. A mamá y a mí nos agrada vivir aquí porque no hay tanto ruido como en la ciudad y porque los animales   caminan felices por la calle. Cuando llegamos no sabíamos dónde com prar carne, pero después de preguntar, la gente nos envió con don Bery. Él tiene la única carnicería del pueblo, y su esposa, doña Jacinta, hace las tortillas más ricas que alguien pueda probar. Doña Jacinta es mi nana, vive a ladito de la casa que mamá y yo rentamos. Además de vender tortillas, doña Jacinta borda con los hilos que guarda e...

Luna Nueva-Lucía Berlín

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  El sol se puso con un susurro mientras la ola llegaba a la playa. La mujer siguió subiendo por el damero de baldosas negras y doradas del malecón hacia los acantilados de la colina. Otra gente también echó a andar de nuevo una vez se puso el sol, como espectadores al acabar la función. No es solo la belleza del crepúsculo tropical, pensó, la razón de su trascendencia. En Oakland el sol se ponía cada tarde sobre el Pacífico y marcaba el fin de un día más. Cuando viajas te apartas de la rutina de tus días, de la linealidad imperfecta y fragmentada de tu tiempo. Como al leer una novela, los sucesos y la gente se vuelven alegóricos y eternos. El chico silba recostado en una tapia en México. Tess apoya la cabeza en el flanco de una vaca. Seguirán haciendo lo mismo para siempre; el sol seguirá hundiéndose en el mar, sin más.             Caminó hasta un mirador sobre el acantilado. El cielo púrpura se reflejaba iridiscente en el...

La vida clandestina-Silvina Ocampo

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  —Magdalena cree que la engaño, y la engaño pero de un modo raro —me dijo un día. Hacía poco que nos conocíamos. Yo no sabía quién era Magdalena y la confidencia me pareció estúpida. Otro día lo acompañé al sótano: de ahí se divisaba la escalera, donde retumbaba el eco. Me dijo: —Cuando grito, no es con mis palabras, ni con mi voz, que el eco responde. No sólo eso me da miedo; me dan miedo los espejos, donde no me veo a mí mismo reflejado sino a otro muchacho diferente, totalmente diferente. — ¿Desde cuándo suceden estas cosas? —le pregunté. —Desde siempre. Desde que fui capaz de hablar, de mirar, de distinguir un reflejo de una persona. Por eso nunca pensé libremente en Magdalena, ni pude, acostado con otra mujer, engañarla. Sentí que la voz del eco, que esas palabras que no grité, que esas imágenes del espejo, que no proyecté, se juntaban para formar a un ser infinitamente más vital y más humano que yo y que Magdalena. —No te preocupes —le dije—. El eco tiene una voz...