Sumas y Jabones-Meryvid Pérez
Doña Jacinta sabe hacer muchas cosas: corta leña, arranca hierba mala, arma compostas
y mata cerdos. Ellos intentan
defenderse, pero doña Jacinta les
amarra las patas y clava un punzón en
sus pechos. Todo ocurre tan rápido que de un momento a otro los chillidos se transforman en silencio.
Nos
mudamos a este pueblo por el trabajo de
mamá. Ella, junto con otros maestros, enseña
a los niños a sumar y leer. A mamá y a mí
nos agrada vivir aquí porque no hay tanto ruido como en la ciudad y porque los animales
caminan felices
por la calle.
Cuando
llegamos no sabíamos dónde comprar carne, pero después de preguntar, la gente nos
envió con don Bery. Él tiene la única carnicería del pueblo, y su esposa, doña
Jacinta, hace las tortillas más ricas
que alguien pueda probar. Doña
Jacinta es mi nana, vive a ladito de la casa que mamá y yo rentamos.
Además de vender tortillas, doña Jacinta borda con los hilos que guarda en su canasta de palmera. Yo miro atenta
cómo los colores
traspasan las telas y se
deslizan hasta ser puntos fijos. Me
gusta cómo uno a uno se vuelven decenas de puntos
que al final forman las plumas de un ave, gajos de mandarinas o la pulpa
roja de una sandía. Hace diseños tan
bonitos que cada semana se llena de
encargos. A nosotras nos obsequió una
manta con la que envolvemos las tortillas; mamá miró a detalle las flores que doña Jacinta hizo y dijo muy
contenta que tengo mucho que
aprenderle. Por eso cuando borda la ayudo a enhilar agujas y a seleccionar los materiales que necesita.
Siempre que llego de la escuela mi nana está lavando ropa en el tinglado. Entonces, hago mi tarea
concentradísima porque, si terminamos al mismo tiempo,
deja que le ayude a alimentar a sus pavos
y gallinas. Cuando
desgrana elotes, me siento junto
a ella y le pregunto cómo se dicen
las cosas en maya. Todo lo que dice lo apunto en mi libreta.
A cambio de aprender su lengua, yo le enseño a sumar.
Así
pasamos las tardes hasta que don Bery regresa.
Cuando está por llegar, doña Jacinta deja
todo en orden para recibirlo: calienta la comida en la candela
y le sirve un plato. Yo le ayudo a limpiar la mesa y sacar hielo
de la nevera. Mi nana hace todo con
prisa porque si él llega y encuentra que algo no está listo, le da jalones de pelo y bofetadas.
Me gusta
pasar tiempo en su casa,
lo único que no me agrada es Pulgas. Los fines de semana Pulgas
se va con don Bery a buscar
venados al monte, de recompensa le dan una palangana llena con la sangre de los venados
que atrapa; doña Jacinta dice que eso lo volverá
un mejor cazador.
Yo, por el contrario, creo que tanta sangre ha enloquecido a ese perro,
ya que siempre está furioso,
como cuando ladra a las moscas que pasan junto a su hocico.
Es un perro bien bravo. Recuerdo el día que mató a un pavo, montón de plumas negras
volaron por el patio. Doña Jacinta intentó defender al ave, pero Pulgas la atacó mordiéndole las
piernas. La sangre empapó su vestido. Mi nana
se quitó la ropa para que le ayudara a limpiarse. Cuando llegó don Bery vio a mi nana malherida,
se enfureció mucho y le dio a Pulgas sus merecidos palazos. Esa tarde aprendí
que no debo acercarme al perro y bañé por primera vez a mi nana.
El
baño de doña Jacinta es diferente al mío. El de ella no tiene regadera,
pues prefiere tirarse el agua con una jícara. En lugar de
puerta, tiene una soga de la que
cuelga una tela azul que separa el baño de la cocina, pero nunca usa la tela, prefiere
amarrarla y mostrarse desnuda para que yo le diga si queda limpia. En cambio, mi mamá cuando se baña, siempre cierra
la puerta, y al salir,
utiliza un batón para cubrirse
el cuerpo.
A
veces mi nana pide que le ayude a pasar el jabón por su espalda, nalgas y senos.
Me dice que si don Bery la ve
sucia, le pega, y como a mí no me
gusta que lo haga, me esfuerzo en tallar hasta donde sus manos no llegan.
Doña Jacinta sabe hacer muchas cosas, pero
no sabe elegir jabones. Usa uno verde que lastima entre las piernas. No
aguanto ese olor; es tan intenso que
mina todo el baño, es igual de fuerte
que el agua de menta que los adultos usan para enjugarse
la boca.
Cuando
mi nana me baña frota el jabón entre sus manos para sacar mucha espuma. Al lavarme el cuerpo no pasa nada, pero al
meter sus dedos donde hago pis, me deja muy
roja. No me gusta ese jabón porque arde,
el dolor dura días y no me permite
jugar pesca pesca ni subir las matas de ciruela y tamarindo.
Por
eso ayer le pedí a mamá que me dejara llevar mi jabón a casa de doña Jacinta.
Le dije que era porque
prefiero oler a fresa que a
menta; ella respondió que estaba bien. Hoy, cuando
doña Jacinta me preguntó por qué lo había
llevado, le expliqué que el olor de su jabón me lastima mucho. Después de tocar
con suavidad mi piel roja dijo que era buena idea
y que comenzaría a comprar el mismo
que yo. Eso me hace sentir muy contenta
porque a pesar de que mi nana sabe muchas cosas, yo
le he enseñado a sumar y elegir jabones.
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