La vida clandestina-Silvina Ocampo
—Magdalena
cree que la engaño, y la engaño pero de un modo raro —me dijo un día.
Hacía
poco que nos conocíamos. Yo no sabía quién era Magdalena y la confidencia me
pareció estúpida.
Otro
día lo acompañé al sótano: de ahí se divisaba la escalera, donde retumbaba el eco.
Me dijo:
—Cuando
grito, no es con mis palabras, ni con mi voz, que el eco responde. No sólo eso
me da miedo; me dan miedo los espejos, donde no me veo a mí mismo reflejado
sino a otro muchacho diferente, totalmente diferente.
—
¿Desde cuándo suceden estas cosas? —le pregunté.
—Desde
siempre. Desde que fui capaz de hablar, de mirar, de distinguir un reflejo de
una persona. Por eso nunca pensé libremente en Magdalena, ni pude, acostado con
otra mujer, engañarla. Sentí que la voz del eco, que esas palabras que no
grité, que esas imágenes del espejo, que no proyecté, se juntaban para formar a
un ser infinitamente más vital y más humano que yo y que Magdalena.
—No
te preocupes —le dije—. El eco tiene una voz impersonal.
—Pero
cuando una voz de hombre grita, contesta con voz de hombre.
—El
eco de tu casa desfigurará los sonidos, un fenómeno corriente. ¡Hay tantos cuentos
al respecto! ¡Tantos poemas que conozco de memoria! Existe el eco simple, el
doble, el triple, el múltiple, el monosilábico y el polisilábico. El espejo que
también desfigura las imágenes es muy común. A veces las devora: en el caso de Arquímedes…
Ya
protestaba y, para tranquilizarlo, le dije:
—Es
un desdoblamiento, tal vez.
Empecé
a preocuparme cuando advertí que el eco no modificaba el ladrido ni el espejo
el hocico de Dongo, su perro, que el eco no modificaba el canto del canario ni el
espejo su color, y que, por último, a mí tampoco me modificaban ni el eco ni el
espejo.
Un
día me dijo:
—Tengo
miedo de encontrarme con esa persona… Por ella sería capaz de abandonar a
Magdalena.
—No
te quedes en esta casa. Verás que los otros ecos y los otros espejos del mundo
son diferentes.
Huyó.
Pero sus cartas me dijeron que en todas partes encontraba la extraña voz en el
eco, y la extraña imagen en los espejos. En todas partes aquel ser iba
creciendo. En el agua, en los metales, en los vidrios, en los huecos de las
escaleras, en los zaguanes de las casas viejas, en los aljibes, en las
iglesias, las grutas, en el fondo de las montañas, aquel ser lo esperaba.
Aunque la amara, no podía pensar en Magdalena.
Desde
niño le había gustado la música. Tocó el clarinete en una orquesta. Pero vio la
imagen reflejada en el bronce convexo del instrumento. Abandonó la orquesta. Trabajó
en una fábrica de cuchillos: la vio en las hojas de los cuchillos. Trabajó en
un taller mecánico, donde el eco, atesorando aquella voz, se agazapaba en los
huecos del galpón… Con la esperanza de ser libre y de amar sin infidelidades a
Magdalena, se fue a vivir al desierto. Rendido, se acostó a dormir. Luego vio
su impronta en la arena, que no guardaba relación alguna con su cuerpo; le
dibujó ojos y boca, y le modeló una reja, donde susurró el final de esta
historia, que nadie sabrá.
Las invitadas,1961


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