Las formas irregulares del W.C. - Daniel Sibaja

 





Entonces sentí que tenía que escoger entre mis dos
naturalezas. Estas tenían en común la memoria pero compartían en distinta medida el resto de mis facultades.

  La confesión de Henry Jekyll, Robert Louis Stevenson





Cada quien recuerda exactamente la puerta de su propio baño.

Esta es la mía.

Al principio yo era el ser más ingenuo de la casa, mis hermanos se pasaban horas frente a la televisión, papá estaba ausente, de viaje, como de costumbre, y el perro se escondía adentro de una cubeta de pintura. Ingenuo y frágil, así alguien lo quiso: la marioneta de ese show en una posición vulnerable. Fue a principios de los dos mil, dos mil cuatro, o tres. No importó la cifra.

 Todos los días, en cualquier esquina y sobre la losa de baño, las huellas de mi infancia desaparecieron al igual que los cabellos al fondo del desagüe.A la hora exacta en la que mamá salía del trabajo y recorría el camino de vuelta, las manos de Rosita hacían una limpieza obsesiva en mí. Alrededor de la cabeza, con el shampú espumeando, en las axilas y en la curvatura de mis nalgas. Lo recuerdo muy bien, el jabón Palmolive enrojecido en mis ojos, las muecas de Rosita tallando mi espalda, quitando la tierra de mis codos y la sangre de una herida en bicicleta. 

Me enteré años más tarde, que el cuerpo de cualquier niño, al exponerse, es como una habitación con la ventana tapada y como una vieja cortina de plástico sin gancho. Si te asomabas por la puerta podías verme totalmente desnudo.

Luego todo empezó un viernes en la noche y se agrandó el lunes terminando el mediodía. Me tomó muchas horas asimilarlo, que la puerta de mi habitación era más ancha, la luz fue mínima y algo me hizo compañía debajo de mi hamaca en forma de lagarto. Al final no fui el mismo de siempre, alguien que como el perro reclamaba su plato de comida.

―No eres normal ―dirían los de la terapia en el hospital psiquiátrico―; estás cambiando de aspecto y tu apetito no será el mismo.

Serían honestos, y la verdad como sea duele.

Ese día, al abrir la puerta descubrí un par de pastillas para dormir, encendedores sin gas líquido en mis cajones y los monstruos más extraños de mi mente habían salido al mundo real. Cuando me vi donde no quería, lo juro, el espejo tenía ya el vidrio roto y ese de ahí no era yo.

Hoy por hoy, en el corazón de cada cuarto, me siento esa especie de ojo que lo desea ver todo, acechándolos, listo para devorar a cualquiera, mantener la carne entre los dientes y llenarse la boca con descaro. Entonces decir no estoy satisfecho, me hace falta una emoción, me hacen falta mis piernas de humano y una salud mental tranquila, no es suficiente.

Es cierto, cuando ella lo desee, me llevará nuevamente a su juego habitual durante la ducha. Y dirá, como siempre:

―No le digas nada a nadie, esto será nuestro secreto.

***

Y aquí me tienes, estos son mis nervios y mi circulación sanguínea. Las manos afiladas, y yo, una vez más, con el olvido subiendo por el vapor, acariciándome la nuca, la espuma impregnada, el vidrio empañado. En mi imaginación lo veo, puedo observarme y me desconozco, está ahí, una muerte inmediata que va carcomiéndome hasta los muslos. Ahora lo único que me toca es relajarme, sentarme de rodillas y que el agua caliente me cubra por completo. Sí, esto es una emoción aguda, soy un animal sin expresión y mi cuerpo es un termostato.

Este soy yo, comienza a importarme menos el agua que recorre mis manos y pies, y que acaba por la cabeza. Un baño, una tina, una lámpara de escritorio, y de esto no quiero nada; estiro el brazo, estoy por alcanzar la lámpara y su foco, estoy cerca. Muevo la cola y te muestro los dientes, el esfuerzo se me nota en los mordiscos, en las heridas afeitadas de la muñeca y la media cara con espuma, las burbujas que suben y bajan, la conexión, el corto circuito. Mírame con detalle y siente el agua conmigo, y si todavía así la vergüenza en ti es predecible, tómate el tiempo necesario para que entre la electricidad y escúchame gruñir sin miedo al caer la luz dentro del agua, al caer al fondo de mí mismo. Este ha sido un simple largo baño y el cosquilleo llegará a ti sin prisa, como todas las noches lo hacen las reservas de un mal recuerdo. Sólo entonces la habitación de azulejos tomará un olor abrasado y la carne estará…

***

Frente a nosotros, quizá lo logremos ver antes de despedirnos, un mural del monte Funji y la experiencia única de morir en medio del ahogo, lo mojado y la quemadura.  

 




Daniel Sibaja (Mérida, Yucatán, 1997). Es licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Egresó del área de Letras del Centro de Educación Artística “Ermilo Abreu Gómez”. Ha publicado en diversos medios digitales e impresos. Obtuvo el Premio de Cuento Breve de la 6° Feria Nacional del Libro INBA-CEDART 2015 y el Premio Estatal de Cuento Corto Tiempos de Escritura 2020. Fue becario del PECDA Jóvenes Creadores en la categoría de Cuento (2017) y del Festival Cultural Interfaz (2018). Forma parte del Centro de Experimentación. Es autor de Montejo Boulevard (La Comuna Girondo, 2019; Edición digital, 2020) y Opiniones públicas (Sangre ediciones, 2021).




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