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Cuarto de servicio-Mario Galván Reyes

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Ahí al fondo de la casa, oculto por un pabellón rodeado de árboles de ornato y lejos de las visitas, Flor planchaba unas camisas de varón en el cuarto de servicio doméstico de la casa de la familia Abimerhi, después de una jornada habitual de aseo. La iluminación del cuarto era precaria y de color ámbar, proveniente de una sola bombilla que colgaba del techo. El olor a almidón yacía en el aire, pues la ventilación era escasa. La televisión transmitía la telenovela de las cinco de la tarde: un melodrama sobre una mujer de escasos recursos que se enamora del hijo mayor del patrón. Flor escuchaba atenta, y por momentos, entre los dobleces del cuello, del ojal y el camesú se detenía a mirar conmovida los primeros planos de los rostros de los personajes, que expresaban los sentimientos más sublimes del amor en un conflicto de clases. Un chillido de la bisagra de la puerta en la entrada del cuarto llamó su atención. Patricio, el hijo único de los dueños de la casa, acechó apenas por la hen...

El polvo azul- José Emilio Pacheco

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  El hombre se incorporó del piso que había estado observando: —Las deyecciones son recientes. Aquí vive una familia. El campo de acción de los ratones nunca es mayor de cuatro o cinco metros. No se aventuran fuera de sus dominios.   —Entonces los otros cuartos también están invadidos. —Allí medran ratones que no han pisado nunca este suelo… Hizo bien en llamarnos antes de que los estragos fueran irreparables. Como usted sabe los ratones se propagan con una rapidez increíble. Muchas veces las hembras de veinte días de nacidas ya están cargadas cuando salen por vez primera del nido. —Y su producto… —Nuestra fórmula asegura el exterminio inmediato. Esparciré este polvo en la entrada de los agujeros y por los caminos que recorren sus habitantes. El ratón es un animalito muy pulcro: gasta la mayor parte de su tiempo limpiándose. Cuando el polvo se disuelve en la saliva comienza a licuarse la sangre. Usted no verá cadáveres en la superficie: al sentir el malestar, que con...

Mariana constrictor-Guillermo Fadanelli

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          Mariana mudó de carácter un jueves a las cuatro de la tarde, una hora, por cierto, en que casi nadie se halla dispuesto a hacer nada. Si las razones de su muda fueran conocidas se resolverían varios enigmas científicos y filosóficos. Quiero decir que el esfuerzo empeñado en conocer el maldito origen de su temperamento bastaría para encontrar remedio a las leyes de la termodinámica. No existe manera de saber por qué su semblante pausado y sabio se transformó de pronto en un temperamento amargo como el té de alcachofa, un humor agresivo a juzgar por los puntapiés que me da en los tobillos cuando se encabrona y quiere morirse. Mudó de piel como lo haría una boa constrictor. Y no por ello voy a cometer el desaguisado de llamarla «la Boa Mariana», ni nada parecido, nada de «la pinche víbora que patea los tobillos» o «la zorra que se arrastra como víbora»; no voy a decir cosas así, aunque no dejo de pensar que se trata de una buena comparación, no demas...

Trabajos de oficina-Julio Cortázar

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  Mi fiel secretaria es de las que toman su función al-pie-de-la-letra, y ya se sabe que eso significa pasarse al otro lado, invadir territorios, meter los cinco dedos en el vaso de leche para sacar un pobre pelito. Mi fiel secretaria se ocupa o querría ocuparse de todo en mi oficina. Nos pasamos el día librando una cordial batalla de jurisdicciones, un sonriente intercambio de minas y contraminas, de salidas y retiradas, de prisiones y rescates. Pero ella tiene tiempo para todo, no sólo busca adueñarse de la oficina, sino que cumple escrupulosa sus funciones. Las palabras, por ejemplo, no hay día en que no las lustre, las cepille, las ponga en su justo estante, las prepare y acicale para sus obligaciones cotidianas. Si se me viene a la boca un adjetivo prescindible —porque todos ellos nacen fuera de la órbita de mi secretaria, y en cierto modo de mí mismo—, ya está ella lápiz en mano atrapándolo y matándolo sin darle tiempo a soldarse al resto de la frase y sobrevivir por descui...

Concéntricos-Roberto Azcorra Cámara

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  Lo vi tendido en su camastro de hospital. La cabeza afeitada, zurcida y oliendo a éter y alcohol. Muy pocas partes del cráneo conservaban el pelo blanco. Ligeramente desteñida, la bata verde exhibía fantasmas de fluidos anteriores. Los pómulos pronunciados, las ojeras oscuras, la piel trasluciendo el paso del suero; un cristo sin cruz en el neuropsiquiátrico. Era mi abuelo, internado seis meses atrás sin pronósticos alentadores.             El calor de mayo condensaba la humedad en el cristal de la ventana, ocultándonos del exterior. El aire acondicionado no era el óptimo. El bochorno, guardado, entre drogas, frascos y sábanas otrora blancas, comenzaba a cubrir la diminuta habitación. Pareció llegar la noche con la brisa ardiente de la calle; de improviso, espesa, arrastrándose sobre los ladrillos sucios del hospital y sus corredores sin eco.             Ya no quise salir...

Ese pájaro extraño-Elvira Aguilar

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  Carmen dejó ocho palabras escritas: la vida siempre me pareció un pájaro extraño. Aquella noche la pasé en su casa porque, como otras, estaba mal, tenía miedo. —Ven, Flaquito, que el pájaro negro revolotea en mi cerebro y me quiere devorar los ojos. Cuando llegué, la encontré recostada sobre la pequeña alfombra de la sala. Vestía ropa interior, había bebido, tenía la cara hinchada de llorar, sus labios estaban encendidos. La levanté y la llevé a su recámara. Después quiso bañarse, comento que se estaba incendiando. La metí en la tina con agua fría y comencé a tallarla. Lloraba y me pedía que la abrazara, decía que ya no quería sentir el revoloteo de ese pájaro adentro de su cabeza, que le estaba comiendo todo, que no le quedaban ideas ni voluntad. No sabíamos entonces, pero estaba viviendo, sus últimos momentos. Tengo muchas imágenes de Carmen en el álbum de mi memoria. La recuerdo en el kínder con sus vestiditos ampones en colores pastel. La vuelvo a ver en la secundaria...