Pulpo en su tinta y otras formas de morir de Will Rodríguez

 



Pulpo en su tinta (receta para dos)


A tía Georgina y sus platillos


Disuelvo la tinta en vinagre. Destapo otra lata de cerveza. Salud. Golpeo al pulpo con una botella, quedará más suave; lo lavo con agua y limón. Llegaste muy tarde anoche, imbécil, con perfume, infiel... Salud. Lo meto a la olla caliente, para cocerlo en su jugo. Pongo a tostar cominos, hojas de orégano, clavos, pimientas de la grande y de la chica. Y yo de estúpida cocinando tu platillo favorito, como si no estuviera harta de ti; y de mí contigo... Licuo los condimentos y los mezclo con vino blanco. Le quito la piel al pulpo con indiferencia, la misma que tuve para conquistarte; la mejor receta para atraer a alguien es fingir desinterés. Así llamé tu atención, ¿recuerdas? Tomo el pulpo y lo dejo reposar. Pico un atado de perejil, tres tomates rojos, un pimiento verde, cuatro dientes de ajo y una cebolla grande... Lloro. Salud. Lo único que te interesa de mí es la cocina. Me he puesto gorda gracias a tu pasión por comer. Ni siquiera me diste un hijo, hijo de la chingada. Caliento en la sartén el aceite de oliva, sofrío la cebolla y el ajo picados con una hoja de laurel. Qué buen filo el de este cuchillo, qué bien rebana los tentáculos; quisiera rebanar tus dedos que ya no me tocan... Vierto el pulpo en la fritanga, agrego el vino negro colado, sal y el resto de la cabeza de ajo asada. Salud. Tapo la sartén y le bajo al fuego, pero no al odio. Faltan la ensalada de aguacate y el arroz blanco. De nuevo el cuchillo... Idiota. A veces no sé si enterrármelo en un ojo o continuar agregándole arsénico a tu comida. Salud...


Del juicio


Salió de abajo de la cama y dijo entrégame lo escondido mar adentro de tu boca. Escupí las perlas incrustadas en encías, la sardina ondulante de mi lengua, el salitre aliento del que duerme. Peces voladores brillaban en la noche. Todo lo que puedo darte, dije, pero ella convirtió sus manos en tenazas de crustáceo, abrió mi boca y extrajo un arrecife.


Asesinato de una cebolla


El cocinero partió en dos a la pobre cebolla, pero ésta no sintió pesar; murió conforme porque al ser descuartizada hizo llorar al asesino.

 

Sirena


Despertó en la playa, complacida por la ausencia de su cola: la sustituían dos largas y bronceadas piernas. Aún desnuda, corrió hacia el puerto para encontrar al marinero amado. Durante la búsqueda entró a la taberna y los hombres, incrédulos, se lanzaron sobre ella para manosearla. Un joven de brazos fuertes, enamorado a primera vista, repartió golpes entre sus adversarios y se la llevó al hostal. Meciéndose en la hamaca, ella le preguntó acerca de ese marinero por el que tanto rogó a Poseidón que la dotara de piernas. El joven, mostrándole su cuchillo, confesó que había muerto la noche anterior, que él mismo lo mató en defensa del honor de su hermana más pequeña.

–Quédate conmigo –suplicó–, también soy hombre de mar: si quieres mañana te compro unas aletas y un esnórquel para que me acompañes a sacar perlas. Verás qué hermoso es el océano.

Ella, entonces, soltó una gota salada de resignación, encendió su primer cigarrillo y se dirigió a la taberna.




Pulpo en su tinta y otras formas de morir, 2007





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