De Circe a los unicornios de Julio Torri
A Circe
¡CIRCE, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.
Ensayos y poemas, 1917
De funerales
HOY ASISTÍ al entierro de un amigo mío. Me
divertí poco, pues el panegirista estuvo muy torpe. Hasta parecía emocionado.
Es inquietante el rumbo que lleva la oratoria fúnebre. En nuestros días se
adereza un panegírico con lugares comunes sobre la muerte y ¡cosa increíble y
absurda! con alabanzas para el difunto. El orador es casi siempre el mejor
amigo del muerto, es decir, un sujeto compungido y tembloroso que nos mueve a
risa con sus expresiones sinceras y sus afectos incomprensibles. Lo menos
importante en un funeral es el pobre hombre que va en el ataúd. Y mientras las gentes
no acepten estas ideas, continuaremos yendo a los entierros con tan pocas probabilidades
de divertirnos como a un teatro.
Ensayos y poemas, 1917
El vagabundo
En pequeño circo de cortas pretensiones trabajaba,
no ha mucho, un acróbata, modesto y tímido como muchas personas de mérito. Al
final de una función dominguera en algún villorrio, llegó a nuestro hombre la
hora de ejecutar su suerte favorita con la que contaba para propiciarse al
público de lugareños y asegurar así el buen éxito pecuniario de aquella
temporada. Además de sus habilidades —nada notables que digamos— poseía
resistencia poco común para la incomodidad y la miseria. Con todo, temía en
esos momentos que recomenzaran las molestias de siempre: las disputas con el
posadero, el secuestro de su ropilla, la intemperie y de nuevo la dolorosa y
triste peregrinación.
El acto que iba a
realizar consistía en meterse en un saco, cuya boca ataban fuertemente los más
desconfiados espectadores. Al cabo de unos minutos el saco quedaba vacío.
A su invitación,
montaron al tablado dos fuertes mocetones provistos de ásperas cuerdas.
Introdújose él dentro del saco y pronto sintió sobre su cabeza el tirar y
apretar de los lazos. En la oscuridad en que se hallaba le asaltó el vivo deseo
de escapar realmente de las incomodidades de su vida trashumante. En tan
extraña disposición de espíritu cerró los ojos y se dispuso a desaparecer.
Momentos después se
comprobó —sin sorpresa para nadie— que el saco estaba vacío y las ligaduras
permanecían intactas. Lo que sí produjo cierto estupor fue que el funámbulo no
reapareció durante la función. Tras un rato de espera inútil los asistentes
comprendieron que el espectáculo había terminado y regresaron a sus casas.
Mas a nuestro cirquero
tampoco volvió a vérsele por el pueblo. Y lo curioso del caso era que nadie
había reclamado en la posada su maletín.
Pasados algunos días se
olvidó el suceso completamente. ¡Quién se iba a preocupar por un vagabundo!
Prosas dispersas
Los Unicornios
Creer que todas las especies animales
sobrevivieron al diluvio es una tesis que ningún naturalista serio sostiene ya.
Muchas perecieron; la de los unicornios entre otras. Poseían un hermoso cuerno
de marfil en la frente y se humillaban ante las doncellas.
Ahora bien, en el arca, triste
es decirlo, no había una sola doncella. Las mujeres de Noé y de sus tres hijos estaban
lejos de serlo. Así que el arca no debió de seducir grandemente al unicornio.
Además Noé era un genio,
y como tal, limitado y lleno de prejuicios. En lo mínimo se desveló por hacer llevadera
la estancia de una especie elegante. Hay que imaginárnoslo como fue realmente:
como un hombre de negocios de nuestros días: enérgico, grosero, con excelentes
cualidades de carácter en detrimento de la sensibilidad y la inteligencia. ¿Qué
significaban para él los unicornios?, ¿qué valen a los ojos del gerente de una
factoría yanqui los amores de un poeta vagabundo? No poseía siquiera el
patriarca esa curiosidad científica pura que sustituye a veces al sentido de la
belleza.
Y el arca era bastante
pequeña y encerraba un número crecidísimo de animales limpios e inmundos. El mal
olor fue intolerable. Con su silencio a este respecto el Génesis revela una
delicadeza que no se prodiga por cierto en otros pasajes del Pentateuco.
Los unicornios, antes que consentir en una turbia promiscuidad indispensable a la perpetuación de su especie, optaron por morir. Al igual que las sirenas, los grifos, y una variedad de dragones de cuya existencia nos conserva irrecusable testimonio la cerámica china, se negaron a entrar en el arca. Con gallardía prefirieron extinguirse. Sin aspavientos perecieron noblemente. Consagrémosles un minuto de silencio, ya que los modernos de nada respetable disponemos fuera de nuestro silencio.
De fusilamientos, 1940
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