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Mostrando las entradas de febrero, 2022

Náufragos-Cristina Peri Rossi

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  Estaba a punto de ganar la costa, cuando escuché los gritos de una mujer que pedía auxilio. Con gran dificultad había conseguido acercarme a la playa, y no tenía intención de retroceder. Fue cierto sentimiento de vanidad, de suficiencia, más que la generosidad, lo que me llevó a cambiar de parecer. Oscurecía, el cielo amenazaba tormenta, y hubiera sido más fácil nadar unos metros más hacia la orilla. Pero yo ya estaba salvado, y nada hay más peligroso en este mundo que un hombre que ha vuelto a nacer: en su interior, está convencido de que ya nada grave le ocurrirá y especialmente, sospecha que su salvación se debe a ciertos méritos personales — la astucia, la inteligencia o la imaginación — a partir de los cuales es invencible. Pronto olvidé que era un sobreviviente y las fatigas que eso me había causado: retrocedí con arrojo, con el excedente de vida que me sobraba.      El mar estaba picado y una luz confusa, amarillenta, presagiaba vientos y relámpagos...

Domingo-Guadalupe Nettel

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  Despertó sin las náuseas, con la sensación descansada de quien ha dormido profundamente, pero casi de inmediato, al mirar el cuerpo de la mujer, salió de la cama alarmado. Ella estaba de espaldas, con la cara escondida bajo la almohada, el torso descubierto y las piernas bajo la sábana. Lo único que sabía de ella era que nunca en su vida la había visto. Debió de haber permanecido en el cuarto menos de cinco minutos. Una vez en el pasillo, las preguntas y las recriminaciones se le echaron encima como una carga de gatos enfurecidos. Se preguntó dónde diablos, cómo, cuándo, y se dio cuenta de que no podía responderse. Con pasos aún entumidos por el sueño, atravesó el pasillo, recogió el periódico que lo esperaba debajo de la puerta, leyó la fecha, domingo 2 de noviembre de 1997, el encabezado, «Segunda semana de incertidumbre en Wall Street», y lo dejó sobre la mesa de la cocina sin abrirlo siquiera. Lo mejor que podía hacer ahora era mantener la calma, por lo menos guardar la compo...

La modelo - Beatriz Espejo

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Para Silvia Sentíes   Y qué ardiente deseo obsesiona mi alienado corazón. SAFO No conduzcas tan aprisa. Los volkswagen no deben correrse a más de cuarenta. En el velocímetro la aguja marca setenta, a veces se inclina hacia la derecha según oprimes el acelerador. Setenta, ochenta, setenta, ochenta. La vegetación tropical de Morelos, bugambilias e hibiscos manchando de rojo los camellones. Luego, una curva pronunciada, rocas abiertas en dos a fuerza de dinamita y pinares apuntando un cielo sorprendido. ¿Por qué preferir este coche? En el garaje dejaste el otro grande y estable para correr sin problemas. Ochenta, noventa, cien. Te hablan y no contestas, tienes la costumbre. Razonas en cosas ajenas como si te salieras del mundo. Desde el viernes pasado te sientes mal, duermes con dificultad. Te levantas para buscar pastillas que sólo te amodorran. Abres los ojos, esperas ardientemente el sol de las nueve y hallas la oscuridad de la madrugada. Por la cortina se filtra la luz del farol...

Desde una ventana y otros cuentos de Nellie Campobello

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  Desde una ventana Una ventana de dos metros de altura en una esquina. Dos niñas viendo abajo un grupo de diez hombres con las armas preparadas apuntando a un joven sin rasurar y mugroso, que arrodillado suplicaba desesperado, terriblemente enfermo se retorcía de terror, alargaba las manos hacia los soldados, se moría de miedo. El oficial, junto a ellos, va dando las señales con la espada; cuando la elevó como para picar el cielo, salieron de las    treintas diez fogonazos que se incrustaron en su cuerpo hinchado de alcohol y cobardía. Un salto terrible al recibir los balazos, luego cayó manándole sangre por muchos agujeros. Sus manos se le quedaron pegadas en la boca. Allí estuvo tirado tres días; se lo llevaron una tarde, quien sabe quién. Como estuvo tres noches tirado, ya me había acostumbrado a ver el garabato de su cuerpo, caído hacia su izquierda con las manos en la cara, durmiendo allí, junto a mí. Me parecía mío aquel muerto. Había momentos que, temerosa de ...

Conejos blancos - Leonora Carrington

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  Ha llegado el momento en que debo contar los sucesos que comenzaron en el número 40 de Pest Street. Parecía que las casas, de un negro rojizo, hubieran surgido misteriosamente del gran incendio de Londres. La casa que quedaba frente a mi ventana, cubierta con algunas ramas de enredaderas, se veía tan negra y vacía como una morada plagada por la peste y luego lamida por las llamas y el humo. No era así como me había imaginado Nueva York. Hacía tanto calor que me dieron palpitaciones cuando me atreví a salir a la calle, así que me quedé sentada, mirando la casa de enfrente, echándome agua cada cierto tiempo en la cara cubierta de sudor. La luz nunca fue muy fuerte en Pest Street. Siempre había una reminiscencia de humo, que volvía el aire turbio y neblinoso; sin embargo, era posible examinar la casa de enfrente con detalle, incluso con precisión. Además, yo siempre he tenido muy buena vista. Pasé varios días tratando de detectar algún movimiento en esa casa, pero no noté ning...