Dos microrrelatos de Martha Cerda
Inventario
Mi vecino tenía un gato imaginario. Todas las mañanas lo sacaba a la calle, abría la puerta y le gritaba: "Anda, ve a hacer tus necesidades". El gato se paseaba imaginariamente por el jardín y al cabo de un rato regresaba a la casa, donde le esperaba un tazón de leche. Bebía imaginariamente el líquido, se lamía los bigotes, se relamía una mano y luego otra y se echaba a dormir en el tapete de la entrada. De vez en cuando perseguía un ratón o se subía a lo alto de un árbol.
Mi vecino se iba todo el día, pero cuando volvía a casa el gato ronroneaba y se le pegaba a las piernas imaginariamente. Mi vecino le acariciaba la cabeza y sonreía. El gato lo miraba con cierta ternura imaginaria y mi vecino se sentía acompañado. Me imagino que es negro (el gato), porque algunas personas se asustan cuando imaginan que lo ven pasar.
Una vez el gato se perdió y mi vecino estuvo una semana buscándolo; cuanto gato atropellado veía se imaginaba que era el suyo, hasta que imaginó que lo encontraba y todo volvió a ser como antes, por un tiempo, el suficiente para que mi vecino se imaginara que el gato lo había arañado. Lo castigó dejándolo sin leche. Yo me imaginaba al gato maullando de hambre. Entonces lo llamé: "minino, minino", y me imaginé que vino corriendo a mi casa. Desde ese día mi vecino no me habla, porque se imagina que yo me robé a su gato.
Propiedad privada
Papá era dueño del mundo. Todas las noches, después de cenar, nos llevaba a la biblioteca, nos sentaba alrededor del globo terráqueo y lo hacía girar rápidamente para empezar el ritual: apuntaba el dedo índice hacia el globo, esperando con un íntimo placer a que se detuviera para oprimir con el dedo lo que le quedara enfrente. Si era Cuba nos contaba de Martí; si Francia, nos hablaba de Napoleón; si Venezuela era la elegida, le tocaba el turno a Bolívar. Nosotros los veíamos flotar en el ambiente con sus espadas, sus galones de oro y sus sombreros de plumas, hasta que papá retiraba súbitamente la mano del mundo, encerrando de nuevo a los héroes, “para que no se tropezaran con el pueblo”. Es muy difícil ser emperador, libertador, dictador o cualquier otra cosa terminada en or y caminar entre la gente estúpida, decía. Luego apagaba el globo terráqueo (que era de cristal con un foco adentro) y nos mandaba a dormir palmeando las manos a la vez que ordenaba: “todo mundo a la cama”. Así obscurecía al mismo tiempo en Sydney que en Sao Paulo, en Roma que en Buenos Aires y que en nuestra casa de México. Papá sabía lo que decía, si alguno de nosotros chistaba, lo sacaba de su mundo.
Textos ineditos.

Comentarios
Publicar un comentario