Confesionario breve y otras minificciones - Agustín Monsreal
Confesionario breve
Es muy raro que yo conteste el teléfono. Por lo general contesta mi mujer; o mi hija. Aunque sea yo quien está más cerca, aunque sea yo quien lo tiene a la mano, ellas tienen que pegar la carrera para contestar. Y cuando estoy solo, y suena, detengo lo que esté haciendo, me pongo en estado de alerta, me le quedo mirando al aparato; pero no contesto. Me desespero, me angustio, me lleno de miedo; pero no contesto. Me siento el ser más desamparado del mundo. Cuento los timbrazos. A veces uno, dos, tres y se acaba. A veces el sufrimiento se prolonga casi infinitamente. Me pregunto quién será quien llama, ¿por qué?, ¿para qué? ¿Será para mí la llamada? ¿Será algo importante, algo urgente? ¿Y si es buena noticia? ¿Y si llaman de la escuela de la niña, por cualquier cosa? ¿Y si nada más se trata de un equivocación al marcar? ¿Y qué tal si le sucedió algo a alguien de la familia, una enfermedad, un accidente? Por el número de timbrazos trato de adivinar quién es, qué quiere. Trato de sentir si son timbrazos tristes, o ansiosos, o suplicantes, o tiernos, o desvalidos. A veces el aparato deja de sonar, y vuelve a sonar casi de inmediato, como si pidiese auxilio, como si estuviese jugándose la vida. No contesto, sin embargo. Y lo peor es que luego me quedo sin poder hacer nada largo rato. La culpa me atormenta, me acosa el arrepentimiento. Debí contestar. Pienso en algunos parientes y amigos que pudieron haber estado del otro lado de la línea. Apunto cuatro o cinco nombres y les escribo sentidas cartas ofreciéndoles disculpas por no haber podido responder a su llamada. Después de un rato, siento que aquello es completamente ridículo y las rompo. Más el malestar no cede. Y entonces cojo el teléfono y me pongo a hablarle a toda la gente que conozco. En ocasiones logro descubrir quien llamó, pero la mayoría de las veces me quedo con la duda y el remordimiento para siempre.
...
Gente de letras
Mi mujer y yo hemos peleado. No nos dirigimos la palabra.Antes de acostarnos, le dejo una nota sobre el buró: “Por favor, despiértame a las siete”. A la mañana siguiente, un exceso de luz me hace abrir los ojos: las nueve y media. Junto al reloj, un recadito: “Despiértate, ya son las siete”.
...
A la más leve señal
Cuando se encontraron al fin, iluminados por las gloriosas teas del laberinto, ocurrió el clásico flechazo y Teseo y el Minotauro conocieron lo que era el amor a primera vista.
...
Pieza Nocturna
El espejo nupcial refleja dos cadáveres que copulan.
Minificciones, Antología personal, 2018


Comentarios
Publicar un comentario