Oficios marinos-Ana Clavel
Era alto y erecto como la verga de un barco. Su profesión no estaba relacionada, sin embargo, con la marina sino con la medicina. Fue mi ginecólogo cuando estuve embarazada. Tenía manos grandes y dedos largos que palpaban mi interior. Sus ojos presagiaban la melancolía del marino que ha hurgado todos los mares en busca de la imposible perla de los vientos. . . Qué remedio: lo amé desde el fondo de mis entrañas. Nos citábamos cada mes; después, cada semana. No era yo la única que suspiraba. En la sala de espera del consultorio otras mujeres, flanqueadas por maridos ingenuos, aguardaban ansiosas su profanación. Una vez, cercano el parto, me auscultó y mi vientre curvo se precipitó en leves oleajes. Su rostro emergió de excitación entre mis piernas mientras deslizaba dos de sus largos dedos. "Ya casi. . . ", susurró a modo de promesa. Yo quería estar en mis cinco sentidos cuando tuviéramos por fin el esperado encuentro: deseaba un parto psicoprofiláctico, sin anestesia, sin la...