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Mostrando las entradas de julio, 2022

Llamadas telefónicas-Roberto Bolaño

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     B está enamorado de X. Por supuesto, se trata de un amor desdichado. B, en una época de su vida, estuvo dispuesto a hacer todo por X, más o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. X rompe con él. X rompe con él por teléfono. Al principio, por supuesto, B sufre, pero a la larga, como es usual, se repone. La vida, como dicen en las telenovelas, continúa. Pasan los años.       Una noche en que no tiene nada que hacer, B consigue, tras dos llamadas telefónicas, ponerse en contacto con X. Ninguno de los dos es joven y eso se nota en sus voces que cruzan España de una punta a la otra. Renace la amistad y al cabo de unos días deciden reencontrarse. Ambas partes arrastran divorcios, nuevas enfermedades, frustraciones. Cuando B toma el tren para dirigirse a la ciudad de X, aún no está enamorado. El primer día lo pasan encerrados en casa de X, hablando de sus vidas (en realidad quien habla es X, B escucha y de vez en cuando pregunta...

Violeta mortal-Jhonny Eyder

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  La nueva maestra de Geografía rompió la tranquilidad con su llegada al salón de clases. Conmocionó a todo el grupo de estudiantes, en especial a los varones que, incrédulos, admiraron a Violeta Santander dejar sus cosas en el escritorio y sentarse con delicadeza para comenzar la clase. Fue casi de inmediato que los jóvenes se quedaron anonadados ante esa sonrisa de agobiante perfección. A partir de ese día, lo único que él quería era contemplarla; su cabello reluciente y la simpatía que tenía para moverse por todo el frente. Se la cogía con los ojos más que nadie. Cuando Violeta se sentaba en su escritorio todos la aborrecían por su vicio de abrir las piernas. Una invitación descarada o la simple búsqueda de comodidad. Se abría y no cruzaba sus extremidades, pero nunca llevaba falda ni vestido. Por eso los chicos jamás vieron algo que pudiera darles un orgasmo en plena lectura de fenómenos meteorológicos. Él no podía despintar de su cabeza aquellas piernas torneadas, siempre ...

No oyes ladrar a los perros-Juan Rulfo

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-Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte. -No se ve nada. -Ya debemos estar cerca. -Sí, pero no se oye nada. -Mira bien. -No se ve nada. -Pobre de ti, Ignacio. La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante. La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda. -Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio. -Sí, pero no veo rastro de nada. -Me estoy cansando. -Bájame. El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería ...

La noche-Guy de Maupassant

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  Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire caliente, en el aire ligero de la mañana clara. El búho huye en la noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro. El día me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si levantara una enorme carga. Pero cuando el sol desciende, una confusa alegría invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo espesars...

Colinas como elefantes blancos-Ernest Hemingway

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Las colinas  que cruzaban el valle del Ebro eran largas y blancas. De este lado no había sombras ni árboles y la estación se hallaba al sol, entre dos líneas de rieles. Pegada al costado de la estación estaba la umbría tibia del edificio y una cortina, hecha de cuentas de bambú en ringleras, colgaba en la puerta abierta del bar, para dejar fuera las moscas. El norteamericano y la chica que lo acompañaba estaban en una mesa a la sombra, afuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona vendría en cuarenta minutos. Se detenía en este empalme dos minutos, para luego seguir hasta Madrid. —¿Qué beberemos? —preguntó la chica. Se había quitado el sombrero, dejándolo sobre la mesa. —Hace mucho calor —dijo el hombre.— Bebamos cerveza. —Dos cervezas —dijo el hombre en dirección a la cortina. —¿Grandes? —preguntó una mujer desde el umbral. —Sí, grandes. La mujer trajo dos vasos de cerveza y dos posavasos de fieltro. Puso los posavasos y los vasos de cerveza sobre la...